Hablar de Julio Anguita es hablar de compromiso, de ideología, de honestidad. Es hablar de una de las figuras más importantes de la izquierda española de las últimas décadas. Su pérdida supone un duro golpe para los comunistas, pero también para todos aquellos hombres y mujeres que sueñan con un mundo mejor, más justo, más igualitario. Porque Anguita era y sigue siendo un referente admirado en todo el espectro político y social. Esa ganada admiración responde a una forma de vivir su ideología que a menudo chocaba con los grandes espectáculos mediáticos que ya por la década de los 90 ensombrecían la vida política española. No había ‘memes’, ni internet, ni redes sociales, pero sí campañas orquestadas desde el Gobierno de entonces como la de la famosa ‘pinza’ o la de dibujar al entonces coordinador general de Izquierda Unida como un loco Don Quijote de la política española. Claro que al final el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio, y desde luego comparar la figura de Julio Anguita con la de los líderes de aquellos PSOE o PP provoca sonrojo.
Los trabajadores y trabajadoras le teníamos como ‘uno de los nuestros’, y no solo por su integridad, por decir las cosas claras donde había que decirlas, sino también porque nos exigía como votantes, como militantes, como personas. Seguramente seamos muchos los que vimos por primera vez en persona a Julio Anguita en un mitin de campaña electoral o en uno de los discursos de la Fiesta del PCE de la Casa de Campo de Madrid. Cómo no olvidar aquellos esfuerzos que hacía -a veces daba la sensación de que hasta se enfadaba- para que dejáramos de aplaudir y tratáramos de entender sus palabras, su modesta lección de eterno maestro de instituto: hay que formarse, ser críticos, hacerse preguntas, analizar, descubrir entre tantos colorines ese hilo rojo que urde nuestra historia.
Su legado político es claro y, en líneas generales, tremendamente certero. Fue uno de los primeros en poner en entredicho el camino que estaba cogiendo la Unión Europea con su crítica al Tratado de Maastricht, en hablar de la unión de la izquierda desde abajo o de mantener viva la llama republicana en los tiempos en que nadie se atrevía a poner un mal gesto al Borbón.
Desde aquella Córdoba que le vio primero como maestro y luego como alcalde, saltó al Parlamento andaluz y al Parlamento español, para, acabada su batalla en la primera línea política, volver a su tierra natal y a su instituto. Pura honestidad y puro compromiso, eso sí, con un corazón ya para entonces maltrecho. Los que hemos contado con el inmenso placer de tenerle como Secretario General del PCE y coordinador general de IU, nos despedimos de él como seguro le gustaría: releyendo, analizando sus libros y artículos, y debatiéndolos tranquilamente, cara a cara, con amigos, compañeros de trabajo y vecinos cuando la pandemia remita. No tengas dudas, camarada Julio Anguita, seguiremos adelante.